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Murió esperando atención: la historia de Salvador y el colapso del IPS

El jueves 5 de junio, Salvador acudió a la clínica Yrendague del IPS por un cuadro de fiebre, dolor de cabeza y malestar general. Allí le realizaron algunos análisis básicos y le dieron un diagnóstico devastador: leucemia.

Pero algo no cerraba. Salvador se había realizado un chequeo general en diciembre de 2024 que no arrojó ninguna anomalía. Incluso, en enero de 2025 donó sangre, lo que exige niveles óptimos de salud.

Desde la clínica fue derivado al Hospital Central del IPS, donde comenzó el calvario que terminó en tragedia. Con un diagnóstico grave y defensas bajas, Salvador fue ingresado a Urgencias, una sala abarrotada de pacientes con todo tipo de patologías. Permaneció allí cerca de 36 horas, expuesto a infecciones y sin condiciones mínimas de aislamiento.

Más tarde fue derivado a la sala común del cuarto piso, habitación 415, donde siguió compartiendo espacio con otros pacientes, a pesar de su estado crítico. Respiraba con dificultad, su situación empeoraba. Se pidieron donantes de sangre y 17 personas respondieron al llamado, pero ya era tarde: había adquirido una infección intrahospitalaria, esa maldita consecuencia evitable de un sistema colapsado y negligente.

Los familiares, desesperados, intentaban obtener información. ¿La respuesta? Silencio, evasivas y médicos que en realidad eran solo residentes sin supervisión efectiva. “Se le va a intubar, pero no son profesionales, solo residentes”, habría confesado una médica de guardia. Y sí, lo intubaron en plena sala común, sin privacidad, sin protocolos, sin humanidad.

Como si fuera poco, el IPS no tenía insumos básicos. Los análisis, estudios especializados y hasta radiografías debieron realizarse en laboratorios privados, costeados por la familia.

Salvador murió el sábado 7 a las 21:30, sin saber si realmente recibió la atención que merecía. Su familia se quedó con la peor de las dudas: ¿y si se actuaba a tiempo? ¿Y si no lo exponían como lo hicieron? ¿Y si el sistema funcionara de verdad?

Lo cierto es que Salvador murió, como mueren muchos otros afiliados al IPS: en la desidia, en la falta de protocolos, en la burocracia y la negligencia médica que campea en un sistema colapsado, deshumanizado y sin respuestas.

Esto no es una historia más. Es un retrato brutal de un sistema que falla, que mata, que castiga incluso a quienes aportaron durante toda una vida.
Esto no es una muerte aislada. Es el reflejo de un modelo enfermo.
Esto no es solo una denuncia. Es un grito: el IPS mata. Y nadie paga por ello.

¿Quién responde por Salvador? ¿Quién será el próximo?

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